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Cómo ser amable con uno mismo, según una psicóloga de Harvard
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Cómo ser amable con uno mismo, según una psicóloga de Harvard

Susana Lladó - Lladó Comunicación 10 marzo, 2020 Emociones

¿Por qué es importante aprender a ser amable con uno mismo?

Susan David es una psicóloga de la Universidad de Harvard que ha dedicado su trayectoria a investigar cómo nos vemos a nosotros mismos, cómo consideramos nuestros pensamientos y emociones, y cómo nos relatamos nuestra propia vida. Lo investiga porque de ello depende que las personas sigamos adelante y prosperemos en un mundo cada vez más complejo. “La forma en que manejamos nuestro mundo interno lo impulsa todo”, explica. Y en este asunto, aprender a ser amable con uno mismo es clave.

Ser amable con uno mismo no consiste en engañarse

Ser amable con uno mismo no significa engañarnos diciéndonos cosas positivas, ser poco objetivos, débiles o flojos. Esto no tiene nada que ver con la autocompasión. Como veremos, se trata de ser conscientes de los pensamientos difíciles de gestionar y de poder crear una sensación de seguridad psicológica: un espacio en el que sentirnos capaces de correr riesgos, ya que, si nos machacamos cuando fallamos, esta actitud nos impide probar cosas nuevas, asumir retos.

De hecho, las personas con altos niveles de autocompasión tienden a estar más motivadas y activas, son más exitosas y se quieren a sí mismas incluso cuando fallan o no alcanzan sus expectativas. Y esto último es lo que les da la capacidad de experimentar, explorar y ser valientes: reconocen dónde se han equivocado, pero en lugar de quedarse atrapados en el juicio y la culpa, aprenden de la experiencia, se adaptan y cambian lo que deben cambiar para obtener resultados mejores en el futuro.

Cómo se aprende a cultivar la autocompasión

Cómo se aprende a cultivar la autocompasión
  1. Identificar las señales de las emociones, sin juzgarlas

Susan David explica que, en un estudio realizado con una muestra de más de 70 .000 personas, observó que un tercio, aproximadamente, juzgaba sus experiencias y emociones con juicios radicales, en términos de “blanco o negro”: o las consideraban buenas o las consideraban malas, o las calificaban de positivas o de negativas. Esta forma de evaluar nuestra vida nos provoca un nocivo tira y afloja interno: nos criticamos por sentir emociones negativas y no poder experimentar emociones positivas.

En lugar de juzgarnos, es mucho más sano y productivo concebir las emociones y los pensamientos como datos de los que podemos extraer información valiosa sobre quiénes somos y sobre lo que nos importa. Por ejemplo, si uno se siente frustrado, sería mejor que se preguntara de qué es señal esa frustración, qué le está enseñando. Para una persona puede ser una señal de que no está progresando profesionalmente; para otra, puede significar que no la escuchan, etc.  La autocompasión nos permite reconocer y hacernos preguntas sobre las emociones que nos resultan incómodas y tener más perspectiva sobre nosotros para conocernos mejor. Y al hacerlo, aprendemos a ser más amables con nosotros mismos porque no nos estamos juzgando, ni a nosotros mismos ni a nuestras emociones:  observamos desde fuera y aprendemos para tomar mejores decisiones.

Cómo ser amable con uno mismo, según una psicóloga de Harvard
  1. Observarse desde otra posición

Si un niño se acercara a ti y te dijera que se siente triste o que ha intentado tirar adelante un proyecto, pero no lo ha conseguido, ¿lo castigarías? No, lo escucharías y le darías apoyo. Ante las dificultades, nos puede ser de gran ayuda conectar con nuestro niño interior para tratarnos con una actitud menos rígida. La reflexión que deberíamos hacernos es: me doy cuenta de que estoy sintiendo esta emoción, ¿qué es lo que mi niño interior necesita en este momento?

Como explica esta psicóloga, la autocompasión significa, en última instancia, reconocer lo que significa ser humano. Y el estrés, la decepción, la pérdida, la imperfección y el dolor son parte de este viaje. Si no nos permitimos entrar en un espacio de amabilidad con nosotros mismos, no nos estamos enfrentando a la realidad de la vida. En general, hacemos las cosas lo mejor que podemos con las herramientas de las que disponemos: lo que somos, lo que tenemos y los recursos a nuestro alcance.

Podéis escuchar a Susan David en esta conferencia de TedTalks (subtitulada en castellano):

 

Estudio: fingir emociones positivas en el trabajo nos perjudica
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Estudio: fingir emociones positivas en el trabajo nos perjudica

Susana Lladó - Lladó Comunicación 2 marzo, 2020 Actualidad, Emociones, Motivación

¿Qué hacemos en el trabajo con las emociones negativas?

En mayor o menor medida, todos llegamos algunos días al trabajo con alguna emoción negativa a cuestas y, en el transcurso de la jornada laboral, también vamos acumulando otras relacionadas con el propio trabajo y/o con la relación con los compañeros. La mayoría de las personas no damos rienda suelta a todas estas emociones negativas:  las contenemos, sin expresarlas, por respeto y cortesía hacia los demás, para salvaguardar un buen ambiente de trabajo y para no dañar nuestra imagen. Es decir, intentamos mantener una actitud positiva. De hecho, desde el management, se ha escrito mucho sobre los beneficios de mostrar una buena actitud en el trabajo. No obstante, parece que la cuestión no es tan simple y que tiene muchos más matices, según los resultados de un estudio llevado a cabo por un grupo de investigadores de la Universidad de Arizona que se ha publicado en la revista Applied Psychology.

El estudio sobre la regulación de las emociones en el trabajo

Hasta ahora, la mayoría de los estudios existentes sobre la regulación de las emociones en el trabajo se habían centrado, sobre todo, en el ámbito de la atención al cliente (donde hay normas explícitas para esta interrelación), no entre compañeros de una misma organización (un ámbito en el que las normas son implícitas). Por este motivo, y porque las interacciones entre empleados son cualitativamente distintas de las que se producen con los clientes, resulta especialmente interesante este estudio que se ha llevado a cabo con 2500 trabajadores a tiempo completo de distintos sectores: educación, manufactura, ingeniería y servicios financieros.

 

Objetivos del estudio

Los investigadores querían averiguar si decidimos regular nuestras emociones cuando interactuamos con los compañeros, los motivos por los que hacemos este trabajo de regulación emocional a pesar de que no hay reglas que nos obliguen a ello (¿por ambición laboral, por nuestra forma de entender las relaciones interpersonales?), identificar las diferentes estrategias de regulación y saber si existen costos de bienestar y capital social, así como beneficios por hacerlo.

Estudio: fingir emociones positivas en el trabajo nos perjudica

Dos estrategias diferentes de regulación emocional: la actuación superficial y la actuación profunda

Para regular las emociones en el trabajo, podemos utilizar dos estrategias muy diferentes: la actuación superficial o la actuación profunda. Cuando sentimos una emoción negativa, pero fingimos una positiva, estamos utilizando la actuación superficial. Por ejemplo: uno puede llegar al trabajo sintiéndose frustrado, pero forzar una sonrisa al pararse a hablar con un compañero. En cambio, cuando tratamos de cambiar internamente una emoción negativa por otra positiva es cuando estamos utilizando la estrategia de la actuación profunda. En este tipo de estrategia no enmascaramos la emoción negativa: lo que hacemos es buscar razones objetivas relacionadas con el trabajo que nos permitan cambiar nuestra actitud por una más positiva. Es decir, en la primera estrategia se finge; en la segunda, la actitud es auténtica.

Pues bien, el estudio partió de estas estrategias de regulación emocional para identificar en qué grado se utilizan y evaluar los beneficios de utilizar una u otra.

Emociones en el trabajo: fingir emociones positivas nos perjudica, según un estudio

Resultados del estudio

El estudio ha permitido observar que existen 4 perfiles distintos de regulación emocional en la interacción con los compañeros de trabajo:

  1. Los actores profundos: son los que muestran los niveles más altos de actuación profunda y niveles bajos de actuación superficial.
  2. Los no actores: no utilizan ni la actuación superficial ni la profunda.
  3. Los actores bajos: utilizan moderadamente tanto la actuación superficial como la profunda.
  4. Los reguladores: son los que utilizan grados altos tanto de actuación superficial como de actuación profunda.

El grupo más reducido es el de los no actores. Los otros tres perfiles se dan en un número muy similar.

Los actores profundos son los que obtienen mayores beneficios: se sienten mejor en el trabajo, se agotan menos y reciben más ayuda personal y profesional de sus compañeros (todo parece indicar que los otros valoran su esfuerzo positivo y los recompensan). Asimismo, como tienen más apoyo, son más productivos y sus niveles de confianza en los otros son más altos.

Estas personas deciden ser genuinamente positivas por razones prosociales: aprecian a sus compañeros de trabajo y valoran la relación que tienen con ellos.

No hubo ningún grupo de trabajadores que declarara confiar más en la actuación superficial que en la profunda, probablemente porque casi nadie está dispuesto a fingir continuamente estados de ánimo. Sin embargo, el estudio sí identificó un grupo de personas que mostró altos niveles de acción superficial y profunda: los reguladores. Estos trabajadores mostraron niveles altos de fatiga (probablemente, porque no estaban siendo genuinos), se sentían poco auténticos y recibían menos apoyo de sus compañeros (quizá porque percibimos como dañinas a las personas que no son auténticas).

Las motivaciones de los reguladores a la hora de controlar sus emociones son bien distintas: no quieren ver dañada su imagen profesional, ni que la expresión de sus emociones les impida avanzar en su trabajo.

Si bien tanto los no actores (los que no utilizan ni la actuación superficial ni la profunda) como los actores profundos obtienen beneficios de bienestar (menor agotamiento emocional y autenticidad), solo los actores profundos experimentan ganancias de capital social: más ayuda de los compañeros, más progreso profesional y mayor confianza en los otros.

En conclusión, esforzarnos por sentirnos mejor en el trabajo y ser genuinamente positivos nos beneficia más que fingir nuestras emociones, ya que así es como construimos relaciones de calidad con los compañeros, obtenemos su ayuda y asesoramiento, y creamos un buen ambiente de trabajo.

Otras fuentes:

Don’t Just Put on a Happy Face at Work

Fingir emociones en el trabajo resulta más perjudicial que beneficioso

La frustración en las personas con lateralidad cruzada
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La frustración en las personas con lateralidad cruzada

Centro de lateralidad y psicomotricidad Joelle Guitart 24 febrero, 2020 El trastorno de lateralidad, Emociones, Habilidades de comunicación, Lateralidad cruzada o heterogénea, Terapia de lateralidad

La psicóloga de nuestro centro Meritxell Pujol nos explica en este artículo qué es la frustración, por qué es tan importante aprender a tolerarla, los motivos por los que las personas con lateralidad cruzada se enfrentan a menudo a este sentimiento y cómo se trabaja en terapia.

Tanto si la frustración genera sentimientos negativos hacia uno mismo, como si los genera hacia los demás, es fundamental aprender a tolerarla para reducir el estrés que nos provoca.

¿Qué es la frustración?

La frustración es una respuesta emocional de impotencia que surge cuando no conseguimos aquello que deseamos. En función de nuestra personalidad, de la situación concreta y de las experiencias vividas anteriormente, las personas reaccionamos de muy diversas maneras ante este sentimiento: podemos experimentar diferentes emociones, como enfado, tristeza, decepción, etc.

Necesitamos aprender a tolerar la frustración

En algunos casos, estas emociones asociadas a la frustración pueden estar dirigidas hacia nosotros mismos. Por ejemplo, una persona puede enfadarse consigo misma y que este enfado vaya acompañado de un sentimiento de culpa e infravaloración de las propias capacidades. En cualquier caso, tanto si la frustración genera sentimientos negativos hacia uno mismo como si los genera hacia los demás, es fundamental aprender a tolerarla para reducir el estrés que nos provoca. Y cuando hablamos de aprender a tolerar la frustración, nos referimos a la capacidad de cada individuo de sobrellevar estos sentimientos que provocan malestar. Para ello, las personas nos valemos de nuestro equilibrio emocional y de los recursos personales de los que disponemos; recursos que, si no se tienen, se pueden adquirir mediante experiencias reeducativas.

Para aprender a gestionar la frustración, la clave es comprender cómo la vivimos: ver si este sentimiento es transitorio y nos impulsa a volver a intentar aquello que nos proponemos para conseguir nuestros objetivos o si, por el contrario, nos paraliza y se llega a crear un patrón de conducta de evitación respecto a la actividad asociada, por ejemplo.

La frustración en las personas con lateralidad cruzada

Debemos poder detectar si esta frustración es transitoria (en este caso el niño podrá seguir persistiendo) o si la está viviendo como una desvalorización de sí mismo, en cuyo caso su autoestima quedará minada.

Aunque las dificultades a las que se enfrentan en su día a día las personas con lateralidad cruzada pueden variar en función del número de cruces de lateralidad que tengan y de sus circunstancias personales, la mayoría de ellas tienen problemas con la orientación espacial, la organización temporal, el pensamiento lógico y la capacidad de abstracción. Esta problemática puede causar dificultades a la hora de comprender los conceptos lógicomatemáticos, dificultades en la lectoescritura, así como dificultades para organizarse las tareas. Y estas dificultades no solamente las viven continuamente, sino que a diario les exigen hacer un sobresfuerzo para superarlas, por lo que es natural que aparezca la frustración. Pensemos en un niño al que le cuesta leer. Cada día, en la escuela, vive numerosas situaciones que le exigen un esfuerzo mayor que el que deben hacer sus compañeros. En alguna de estas situaciones aparecerá la frustración. Y es entonces cuando debemos poder detectar si esta frustración es transitoria (en este caso el niño podrá seguir persistiendo) o si la está viviendo como una desvalorización de sí mismo, en cuyo caso su autoestima quedará minada. En este mismo contexto también podríamos detectar niños enfadados que pueden llegar a expresar este enfado con rabia y agrediendo a otros niños, por ejemplo, sin entender qué les está pasando.

Recuerdo el caso de una niña que solía molestar a sus compañeros en clase pegándoles o llamando su atención de maneras inadecuadas. En las sesiones observamos que tenía una gran dificultad en la organización espacial. Esto le hacía toparse con dificultades en el dibujo, en los ejercicios de simetría, coordinación, etc. Al principio de la terapia, cuando se frustraba, lo pasaba muy mal. Tiraba el lápiz y pedía ayuda adoptando una actitud infantil, como de lloro, y después molestaba a sus compañeros porque le hacía sentirse mal ver que ellos sí conseguían hacer bien lo que a ella no le salía. Con ayuda y tiempo pudo ir tolerando estos fracasos al comprobar por sí misma su evolución y comprender que sus dificultades no eran permanentes. También pudo entender sus emociones y expresarlas de una manera no agresiva con sus compañeros, de modo que sus relaciones en el colegio mejoraron mucho. Este cambio en la gestión de sus emociones también repercutió en la comunicación con su familia: sus padres habían verbalizado en consulta que en casa solía estar casi siempre enfadada y esta situación fue mejorando.

En el centro vemos a menudo casos similares a este: niños que viven enfadados porque no saben sobrellevar las frustraciones en su vida cotidiana. Y también observamos pautas muy similares en los pacientes adultos con lateralidad cruzada que se enfrentan a las mismas dificultades, salvo que en otros contextos.

La frustración en las personas con lateralidad cruzada

Como se trabaja en terapia la tolerancia a la frustración

En las terapias que realizamos en nuestro centro trabajamos proponiendo diferentes ejercicios que, normalmente, están pensados para trabajar una dificultad en particular. El hecho de que estas dificultades se trabajen mediante ejercicios específicos en un ambiente reeducador que el paciente siente como seguro es fundamental, ya que es lo que posibilita que la persona pueda cambiar la manera de interpretar las cosas.

En este entorno que se percibe como seguro, podemos ayudar, por ejemplo, a calmar a un niño que se frustra enseguida, enseñarle a gestionar sus emociones y animarle a que siga persistiendo en sus intentos. Cuando finalmente logra realizar algo que le costaba, valoramos muy positivamente estos logros, reforzando su autoestima. A base de repetirse estas situaciones, el niño acaba aprendiendo a reinterpretar el fracaso: aprende que no es algo irresoluble y, en consecuencia, también aprende a tolerarlo mejor cuando se presenta porque ha experimentado que, con esfuerzo, puede superar los obstáculos.

Por lo tanto, la actividad terapéutica que se lleva a cabo en las sesiones no solo va dirigida a trabajar los ítems de lateralidad (por ejemplo, la lectura), también tiene como objetivo reeducar la respuesta ante las dificultades. Por este motivo es tan importante la relación que se establece entre el paciente y el terapeuta.

Podríamos estructurar esta actividad terapéutica en dos etapas:

  • Es primordial que el paciente aprenda a identificar sus emociones, lo cual no es tan sencillo como se podría pensar. A veces cuesta mucho saber cómo nos sentimos realmente ante el fracaso, solo sabemos que nos sentimos mal, que nos notamos nerviosos o, simplemente, nos fijamos en cómo se manifiesta el malestar en nuestro cuerpo (que dormimos más horas, que comemos más o menos de lo habitual o menos, etc.). Hay que poder identificar bien las emociones que experimentamos ante la frustración, así como el pensamiento al que va asociado el malestar (si se da o no una desvalorización). En las sesiones ayudamos a poner palabras a esas emociones que, a veces, son tan confusas.
  • El siguiente paso es poder expresar estas emociones de una manera adecuada, verbalizándolas y poniéndoles nombre. El hecho de entender cómo nos sentimos y conectar con nosotros mismos hace que se modifiquen las conductas derivadas de nuestro malestar, como la irritabilidad o la agresividad.
El problema con la frustración surge cuando no podemos conectar con el malestar que nos produce.

Hasta ahora, me he centrado en explicar que durante los ejercicios que realizamos en las sesiones surgen oportunidades para que los pacientes se enfrenten a estas situaciones y puedan trabajar su respuesta emocional en ese momento. No obstante, no es la única manera en la que trabajamos. En algunas ocasiones, son los propios pacientes los que exponen durante la sesión experiencias que han vivido. Por ejemplo, recuerdo el caso de una niña que explicó que en el colegio se había sentido muy mal al no saberse una tabla en la que se indicaba el hábitat de una serie de animales. Lo primero que hice como terapeuta fue valorar muy positivamente el hecho de que hubiera podido decirlo, ya que contactar con este tipo de emociones y sentimientos nos hiere. No es fácil. Después, identificamos que su emoción era de tristeza y que esta se debía a que ella pensaba que “los demás sabían más que ella”.  Lo que sucedió a continuación fue que otros niños del grupo de terapia también pudieron expresar cómo se sentían ellos ante situaciones similares y la ayudaron a ver que estas emociones de frustración son normales y que las experimentamos todos.  Después, todo el grupo se planteó qué podría mejorar la vivencia de la niña. Ella propuso que le podría pedir ayuda a su padre cuando volviera a casa y estudiar un poco más la tabla juntos. Cuando esta paciente regresó a terapia una semana después, se mostró muy contenta de haberlo hecho, ya que el padre la había calmado relativizando la situación. Aprendió que, simplemente, le llevaba más tiempo que a otros niños aprender esa tabla, pero que lo podía conseguir.

El problema con la frustración surge cuando no podemos conectar con el malestar que nos produce. Esto es lo que le ocurría a una paciente de 18 años que tenía serias dificultades para organizarse el tiempo de estudio. En su caso, esto le provocaba un gran malestar porque después se sentía culpable por no haber aprovechado bien el tiempo y suspender. En esta paciente se daba un patrón de retroalimentación: cuanto menos estudiaba, peor se sentía y menos ganas tenía de estudiar, ya que era incapaz de afrontar las emociones que experimentaba ante sus dificultades.

Durante la terapia trabajamos sus emociones y pudo expresar que cuando estudiaba se sentía “tonta” al no entender lo que leía. Se frustraba y acababa dejándolo y pasando a hacer una actividad más placentera, como ver la televisión o salir con los amigos. Este punto es otro de los aspectos que conviene trabajar respecto a la tolerancia a la frustración: se debe aprender a gestionarla para no caer en la procrastinación; es decir, para no abandonar lo que nos cuesta y nos proporciona una satisfacción a largo plazo en favor de actividades más placenteras que nos proporcionan una satisfacción inmediata.

¿Dudas de tus capacidades? hablamos del síndrome del impostor
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¿Dudas de tus capacidades? hablamos del síndrome del impostor

Susana Lladó - Lladó Comunicación 17 febrero, 2020 Ansiedad, El síndrome del impostor, Emociones, Miedos, Perfeccionismo

Qué es el síndrome del impostor

El síndrome del impostor es un problema psicológico que afecta hasta al 70 % de las personas en algún momento de su vida, según un estudio publicado en International Journal of Behavorial Science, por lo que es bastante probable que identifiques sus síntomas.

Síntomas del síndrome del impostor

A pesar de tener una buena trayectoria profesional, de haber conseguido buenos resultados académicos y de que elogien tus habilidades y capacidades a menudo, ¿has pensado alguna vez que no eres merecedor/a de tus logros? ¿Has sentido en el trabajo que eres un fraude? ¿Has pensado que tus habilidades no son dignas de reconocimiento? ¿Crees a menudo que no estás a la altura? ¿Piensas que lo que consigues se debe más a la suerte que a tu inteligencia? ¿Te aterra el fracaso? Este sentimiento interno de fraude basado en miedos infundados es lo que se conoce en psicología como el síndrome del impostor.

¿Dudas de tus capacidades? hablamos del síndrome del impostor

Einstein, Maya Angelou y Michelle Obama, entre las personas afectadas

Personas tan intelectualmente brillantes como Albert Einstein y Maya Angelou lo padecieron. El físico llegó a describirse a sí mismo como un estafador involuntario, cuyo trabajo no merecía tanta atención como la que había conseguido. Y la premiada escritora dudaba constantemente de que se hubiera ganado el reconocimiento que obtuvieron sus obras. ¿Un ejemplo más próximo en tiempo? Michelle Obama inauguró una conferencia hace aproximadamente un año reconociendo, ante la sorpresa del auditorio, que todavía sufría este síndrome (la ex primera dama logró acceder a Harvard a pesar de haber nacido en una familia sin muchos recursos económicos, entre los muchos méritos que ha acumulado en su vida).

Todos somos susceptibles a un fenómeno conocido como ignorancia pluralista: dudamos de nosotros mismos en privado, pero creemos que esto solamente nos pasa a nosotros porque nadie más expresa este tipo de dudas.

Un síndrome silenciado

El síndrome del impostor fue identificado por la doctora Pauline Clance en 1978 a partir de observaciones clínicas realizadas durante sesiones terapéuticas con mujeres de alto rendimiento. Aunque en todos los casos había datos objetivos que avalaban su merecido éxito, estas mujeres habían tenido experiencias psicológicas marcadas por la creencia de que eran intelectualmente un fraude y por el temor a ser descubiertas como impostoras. Sufrían ansiedad, miedo al fracaso, angustia e insatisfacción con la vida.

Este síndrome no es una enfermedad ni una anormalidad. Tacharlo de poco común sería minimizar lo universal que es, ya que no afecta exclusivamente a personas altamente cualificadas. Tampoco está ligado necesariamente a la depresión, a la ansiedad o la autoestima, tal como se explica en un vídeo que recientemente han publicado en TED Talks.  Entonces, ¿de dónde proceden estos sentimientos de fraude?

Todos somos susceptibles a un fenómeno conocido como ignorancia pluralista: dudamos de nosotros mismos en privado, pero creemos que esto solamente nos pasa a nosotros porque nadie más expresa este tipo de dudas. “Dado que es difícil saber realmente cuán duro trabajan nuestros compañeros, si encuentran muy difíciles ciertas tareas o hasta qué punto dudan de ellos mismos, no hay una manera fácil de descartar los sentimientos de que somos menos capaces que las personas que nos rodean”, se explica en el vídeo.

¿Dudas de tus capacidades? hablamos del síndrome del impostor

Aunque es cierto que este síndrome suele afectar a personas muy perfeccionistas que continuamente se están subiendo su propio listón de retos, también es cierto que el modelo de sociedad en el que vivimos contribuye a padecerlo: hay una tendencia a medirnos, y a medir a los demás, por los logros; a no reconocer los méritos de los otros (con lo cual no obtenemos un feedback objetivo de nuestras competencias), y también prevalece la idea de que debemos ocultar nuestros miedos, como si estos fueran un signo de debilidad, en lugar de entender que es muy saludable compartirlos. De hecho, la mejor forma de enfrentarse a este síndrome es hablar de él y constatar que otras personas experimentan o han experimentado los mismos sentimientos.

Os recomendamos leer el artículo El síndrome del impostor: por qué Michelle Obama piensa que su carrera es un fraude que publicó hace un año El País. En él se menciona a diversos altos directivos de grandes compañías norteamericanas que han hablado de este problema públicamente; una actitud que difiere de la que suele predominar entre los directivos españoles.

Otras fuentes:

Sakulku, J. (1). The Impostor Phenomenon. The Journal of Behavioral Science, 6(1), 75-97. https://doi.org/10.14456/ijbs.2011.6

Procrastinar: qué es y cuál es su relación con la depresión_centro de Lateralidad y Psicomotricidad Joëlle Guitart
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Procrastinar: qué es y cuál es su relación con la depresión

Susana Lladó - Lladó Comunicación 25 noviembre, 2019 Concentración, Emociones

Qué es procrastinar

 

Desde hace seis años, La Fundación del Español Urgente escoge la palabra del año entre aquellos términos que han estado más presentes en la actualidad informativa y que, además, tienen interés desde el punto de vista lingüístico. El año pasado, la palabra procrastinar estuvo en la lista de las candidatas; una palabra que muchos consideraron nueva pero que, de hecho, proviene del latín procrastināre y ya aparece en diccionarios de español del siglo XVIII.

Procrastinar significa aplazar y se utiliza a menudo en el ámbito de la gestión de empresas y de la psicología para referirse a un problema con el que se encuentran actualmente muchas personas: posponer tareas importantes que nos exigen un esfuerzo porque nos sentimos incapaces de gestionar el estado de ánimo negativo que nos generan.

 

Procastinar, un mecanismo de defensa de nuestro cerebro

 

Según los neurólogos, no procrastinamos por vagancia: se trata de un mecanismo de defensa del cerebro que intenta eliminar todo aquello que nos produce malestar; en este caso, porque dudamos de nuestras habilidades y/o tenemos miedo al fracaso. Es decir, procrastinar es, fundamentalmente, una decisión irracional. No obstante, es una decisión que nos produce mucha ansiedad y culpabilidad porque sabemos que estamos postergando algo que es ineludible y que ese aplazamiento no puede ser sine die.

Otro elemento clave ligado a la procrastinación es la sustitución. Cuando procrastinamos, sustituimos esa tarea que no queremos realizar por otra más placentera para nuestro cerebro. Por eso, para evitar la procrastinación, los neurólogos recomiendan encontrar recompensas que nuestro cerebro pueda aceptar a cambio de pedirle ese esfuerzo.

Procrastinar: qué es y cuál es su relación con la depresión_centro de Lateralidad y Psicomotricidad Joëlle Guitart

Procrastinación y depresión

 

Los psicólogos han investigado la relación entre el hábito de la procrastinación y la depresión, ya que la evitación y los pensamientos rumiativos son dos síntomas centrales de esta.

Tal como se explica en el artículo Cómo están relacionadas la procrastinación y la depresión, publicado en Psychology Today, las personas que sufren depresión pierden el interés en actividades que antes disfrutaban porque los sentimientos de inutilidad, tristeza e irritabilidad que experimentan les hacen temer que no puedan estar a la altura llegado el momento. Por eso evitan dichas situaciones.

Asimismo, el aislamiento social que también caracteriza a las personas con depresión puede llevar a la procrastinación cuando una tarea requiere realizar acciones como hacer una llamada a un extraño o conocer a alguien nuevo (desde llamar al fontanero para una reparación a planificar una reunión). Esta falta de autoestima y confianza en uno mismo puede provocar, a su vez, comportamientos que otros no entienden y dañar las relaciones sociales y profesionales, con lo cual la persona deprimida se siente cada vez más avergonzada y herida, afianzándose el círculo vicioso.

Otro punto de relación entre la procrastinación y la depresión es la dificultad que tienen estas personas para planificar tareas que requieren varios pasos o subtareas: iniciar estas secuencias se les hace tan inasumible que rechazan iniciarlas. Por este motivo, en su terapia, es fundamental trabajar para que se impliquen en actividades que les puedan generar una sensación de logro que contribuya a cambiar sus pensamientos deprimidos (activación conductual).

Por último, la tendencia a rumiar sobre lo que se está postergando en lugar de afrontarlo es una tendencia que agrava la depresión, del mismo modo que la depresión tiene efectos paralizantes (aquí, de nuevo, se da una retroalimentación entre ambas tendencias).

Nuestras emociones modifican la forma de nuestro corazón
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Nuestras emociones modifican la forma de nuestro corazón

Susana Lladó - Lladó Comunicación 12 noviembre, 2019 Ansiedad, Emociones

 

• Nuestras emociones impactan la salud de nuestros corazones, provocando que cambien de forma en respuesta al dolor, al miedo o la angustia. Este conocimiento pide un cambio en la forma de cuidar de nuestro órgano más vital

 

Cuando tenía 7 años, una profesora del colegio nos hizo hacer a toda la clase un dibujo que expresara el concepto de amor. La mayoría de nosotros dibujamos un corazón o incluimos varios de ellos en nuestros dibujos. Al terminar, ella escogió algunos trabajos, los colgó en un mural de la clase y los comentó. No recuerdo la valoración que hizo de cada uno de ellos, pero sí recuerdo perfectamente uno de sus comentarios. Grosso modo, vino a decir que le parecía absurda la relación que la gente establecía entre el amor y la representación de este a través de la forma de un corazón, ya que, según dijo, el amor no reside en este órgano. Hizo este comentario sin dar ninguna explicación más y pasó a otro tema como si tal cosa.

Recuerdo que me quedé dándole vueltas a sus palabras porque me suscitaron muchas preguntas y, además, me impactó la seguridad con la que las pronunció. Creo que, dentro de lo que cabe en una niña de siete años, entendí el significado materialista de su comentario, pero de alguna forma algo me dijo que aquello no era cierto del todo o, por lo menos, que ambos conceptos no eran tan indisociables. Quizá por esto me ha parecido tan interesante la conferencia Cómo tus emociones cambian la forma de tu corazón, que el cardiólogo Sandeep Jauhar (nada reduccionista) impartió hace poco en una de las sesiones de TEDTalks.

Por qué el corazón se ha relacionado históricamente con las emociones


En la conferencia, primero explica el motivo por el que el corazón, como órgano, ha sido objeto de tantas metáforas a lo largo de la historia y ha simbolizado la vida emocional de las personas al ser considerado el asiento del alma. No incluiré todos sus ejemplos (podéis leer la transcripción de la conferencia al español en este enlace), pero sí un par, por lo ilustrativos que son. Por ejemplo, es curioso saber que la palabra emoción proviene en parte del verbo francés émouvoir que significa agitar, lo que dota de lógica a la relación que establecemos entre las emociones y un órgano que se caracteriza por su movimiento agitado.

Nuestras emociones modifican la forma de nuestro corazón

También es interesante cuando explica que la forma cardioide del corazón es una forma que está muy presente en la naturaleza: es la forma de las hojas, de muchas flores y de semillas de plantas, incluyendo el silfio, que se utilizaba en la Edad Media para el control de la natalidad y como afrodisíaco; de ahí, probablemente, que se asociara esta forma al sexo y al amor romántico.

Ahora bien, la cuestión es si hay un vínculo real entre el órgano del corazón y las emociones o si ese vínculo es simplemente metafórico. Y aquí es donde este cardiólogo afirma claramente que el vínculo es muy real, ya que las emociones tienen un efecto físico directo en el corazón humano.

El trastorno cardíaco denominado miocardiopatía de Takot-Subo


Nuestras emociones modifican la forma de nuestro corazón

En Japón, denominan takot-subo a un tipo de vasija de forma abombada y cuello estrecho utilizada tradicionalmente por los pescadores para atrapar pulpos. En 1990 se adoptó esta palabra para describir y reconocer por primera vez un trastorno cardíaco que se caracteriza por un gran debilitamiento del corazón como respuesta al estrés intenso o al dolor que provoca la pérdida de un ser querido, ya que las personas con miocardiopatía de Takot-Subo presentan un corazón con abombamientos. El trastorno también es conocido como el síndrome del corazón roto.

Los cardiólogos no saben exactamente por qué el corazón adopta esta forma abombada. No obstante, en la fase aguda del síndrome, este puede causar todos los signos de una insuficiencia cardíaca: dolor de pecho, falta de aire, arritmias potencialmente mortales, etc. Sin embargo, así como en un infarto de miocardio los síntomas se deben a un bloqueo de una arteria coronaria, en el caso del síndrome de Tako-Tsubo las arterias coronarias de los pacientes no están obstruidas, aunque cuando les hacen las pruebas de ultrasonido ven que el corazón se ha debilitado perdiendo significativamente su capacidad normal y que se ha abombado (el síndrome, generalmente, se soluciona en pocas semanas).

Tal como explica Sandeep Jauhar, «Hoy sabemos que el corazón per se no es la fuente del amor o de las emociones como pensaban los antiguos, pero también se sabe que la relación entre emociones y corazón es muy íntima, y que, aunque el corazón no origina los sentimientos, es muy sensible a ellos. Emociones como el miedo o la pena pueden causar una lesión cardíaca profunda y los nervios que controlan procesos inconscientes como el latido del corazón pueden desencadenar una respuesta que provoque la constricción de los vasos sanguíneos, una arritmia y una subida de la presión arterial. Es decir, nuestros corazones son extraordinariamente sensibles a nuestro sistema emocional».

Los corazones rotos son literal y metafóricamente mortales

Nuestras emociones modifican la forma de nuestro corazón_centro de lateralidad y psicomotricidad Joëlle Guitart

Asimismo, la literatura médica también describe otros casos en los que un trastorno emocional intenso en el corazón metafórico tiene consecuencias fatales para el corazón orgánico debido a la respuesta fisiológica causada. Del mismo modo, numerosos estudios en este campo han concluido que la dieta y el ejercicio físico, aunque son muy importantes, no son suficiente para propiciar la regresión de una enfermedad coronaria: parece que la gestión del estrés está más fuertemente correlacionada con la reversión de la enfermedad (en el vídeo, el cardiólogo explica estudios al respecto publicados en la revista Science y The Lancet).

Sandeep Jauhar concluye su exposición diciendo que aunque la conceptualización del corazón como máquina ha hecho posible avances médicos extraordinarios (estents, marcapasos, desfibriladores, trasplantes de corazón, etc.), estos avances deben ir acompañados de otro gran paso que nos cuesta dar: entender y aceptar que es necesaria la atención a la vida emocional, y que el nuevo paradigma de salud debe incluir los factores psicosociales (basta leer los estudios sobre la salud en la población que se siente sola, por ejemplo).

La lateralidad cruzada y el miedo a hablar en público_Centro de laetralidad y psicomotricidad Joëlle Guitart
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La lateralidad cruzada y el miedo a hablar en público

Susana Lladó - Lladó Comunicación 16 septiembre, 2019 Ansiedad, Concentración, El trastorno de lateralidad, Emociones, Gestión de emociones, Lateralidad cruzada o heterogénea, Memoria, Terapia de lateralidad

A la mayoría de las personas nos provoca ansiedad hablar en público. La perspectiva de tener que hacer una exposición delante de otros nos causa cierto temor y angustia, lo cual es normal si el malestar no es excesivo: la ansiedad es una respuesta de anticipación positiva que evolutivamente nos ha permitido sobrevivir como especie y que, si no sobrepasa ciertos umbrales, actúa a nuestro favor a la hora de superar las situaciones y retos que nos vamos encontrando en la vida. El problema surge cuando esta emoción nos supera y el miedo puede llegar a convertirse en una fobia. Asimismo, es relativamente frecuente que las personas con dificultades de lateralidad, además, vivan estas situaciones como una amenaza por el miedo a quedarse bloqueados.


La sintomatología fisiológica y la cognitiva se van retroalimentando mutuamente: cuantos más pensamientos negativos se tienen, más aumenta el malestar físico, y cuantos más síntomas físicos se presentan, más nerviosa se pone la persona.

Sintomatología previa asociada al miedo a hablar en público

«Cuando se tiene miedo a hablar en público, los síntomas más habituales son la sudoración, temblores, ansiedad, mareos o/y dolor de barriga, aunque también se presenta una sintomatología cognitiva: la persona empieza a tener pensamientos catastrofistas que, la mayoría de las veces, no son racionales, y también puede haber una disminución de la concentración y de la memoria. La sintomatología fisiológica y la cognitiva se van retroalimentando mutuamente: cuantos más pensamientos negativos se tienen, más aumenta el malestar físico, y cuantos más síntomas físicos se presentan, más nerviosa se pone la persona», nos explica el psicólogo de nuestro centro Luis Elías.

Por tanto, es necesario distinguir cuándo la ansiedad entra dentro de lo normal y cuándo no, cuándo hablamos de miedo, cuándo de preocupación y cuándo de fobia. «Hablamos de fobia cuando la reacción es excesiva, cuando la respuesta a la situación es desproporcionada. Por ejemplo, si un adolescente tiene que hacer una exposición de 15 minutos en clase y su sintomatología es tan aguda que intenta evitar hacer esa presentación, probablemente, estemos delante de una fobia. En cambio, si un adulto empieza a sentirse mal antes de dar una conferencia ante quinientas personas en un fórum mundial, esto entraría dentro de lo normal», señala Elías.

Otros marcadores de una posible fobia son la persistencia en el tiempo del malestar agudo, que este malestar fisiológico y emocional sea incontrolable y el hecho de que el miedo sea irracional: es decir, cuando la persona no puede explicar por qué siente miedo o cuando, a pesar de la sintomatología aguda y de la evitación, ni siquiera es consciente de que hablar en público le produce miedo.

El miedo a hablar en público se supera siempre a través de la aceptación, no del rechazo o de la evitación. Hay que aceptar que estas situaciones provocan una activación en nosotros y normalizar los nervios.

Los errores habituales a la hora de intentar controlar el miedo

La mayoría de las personas tratan de esquivar el miedo intentando controlar los síntomas y creen que dejarán de sentirlo si no piensan en él. Hacen ejercicios de respiración contraproducentes, se cogen la mano para que no tiemble, etc. «Esto solo aumenta la sintomatología, ya que la persona está poniendo su atención en los pensamientos que la provocan», prosigue el psicólogo.

Otro error muy común es la evitación: como no saben gestionar estas situaciones, hacen lo posible para no enfrentarse a ellas. Esta conducta evitativa es perjudicial a cualquier edad, no solo en la edad escolar. En el ámbito laboral, los adultos delegan en colegas responsabilidades que representan oportunidades profesionales para progresar en su empresa, por ejemplo, y se degradan dentro del organigrama al dejar que otros asuman sus funciones.

La lateralidad cruzada y el miedo a hablar en público_Centro de laetralidad y psicomotricidad Joëlle Guitart

Cuanto más se evita hablar en público, más se enquista el miedo a hacerlo, ya que cada vez cuesta más gestionarlo. «Si un directivo tiene una reunión con la junta cada 15 días, aunque vaya encontrando excusas para no asistir, llegará un momento en que tendrá que ir. En ese punto, ya será muy difícil que pueda gestionar la ansiedad. El miedo a hablar en público se supera siempre a través de la aceptación, no del rechazo o de la evitación. Hay que aceptar que estas situaciones provocan una activación en nosotros y normalizar los nervios», apunta Elías.

Cómo se trabaja en terapia el miedo a hablar en público

En terapia se trabajan los aspectos emocionales y cognitivos relacionados con el miedo a hablar en público. Y, una vez se ha avanzado en estos aspectos, se realizan técnicas de actuación para simular un entorno parecido al que se puedan encontrar los pacientes en situaciones reales.

Respecto al trabajo emocional, se trata de que el paciente identifique las emociones que siente en estas situaciones y que pueda darles significado.

Respecto al trabajo emocional, se trata de que el paciente identifique las emociones que siente en estas situaciones y que pueda darles significado. «Hay personas que dicen sentir miedo cuando, en realidad, lo que sienten es preocupación. O están muy preocupadas por sentir una emoción que es normal sentir cuando se tiene que hablar en público. Por ejemplo, hay pacientes que asocian el estrés exclusivamente a un estado negativo y no saben que es un mecanismo que tenemos las personas para poder afrontar situaciones con una mayor concentración, si sabemos cómo gestionarlo. Cuando se lo explicas y entienden por qué se activa este mecanismo, se tranquilizan», añade Elías.

También se trabaja la autoestima para disminuir el peso que suelen darle a la opinión que los demás puedan tener de ellos. Si uno se siente preparado y con sus fortalezas más sólidas, este temor a lo que puedan pensar los otros disminuye.

Las sesiones de role playing en grupo son muy eficaces para que los pacientes puedan experimentar en un entorno de seguridad, simular situaciones diversas que pueden encontrase en casos reales, comentar posteriormente las sensaciones y pensamientos que se presentan y trabajarlos con el especialista.

Otro punto muy importante que se trabaja en las sesiones es la relativización de las consecuencias: al paciente se le hace pensar en las consecuencias más graves que podría tener una presentación en público catastrófica. Este ejercicio les sirve para ser conscientes de que la intensidad del miedo que sienten es desproporcionada respecto a las consecuencias reales, incluso en el peor de los casos. Asimismo, también se trabaja en relativizar la importancia de la opinión que los otros se puedan formar sobre uno.

Aprender a cambiar los pensamientos desadaptativos por otros adaptativos también es fundamental: los pensamientos catastrofistas o desadaptativos suelen ser bastante irracionales, pero, a la vez, están relacionados con aspectos más profundos de la personalidad que hay que trabajar. Son pensamientos relacionados con cómo nos perciben los demás, el miedo a quedarse en blanco, a hacer el ridículo, etc.

Del mismo modo, se trabajan las habilidades cognitivas involucradas en hablar en público que constituyen ítems de la lateralidad ―como la concentración, la memoria, la atención, la retención y la expresión verbal― para fortalecer estas capacidades y disminuir el riesgo de los bloqueos. Cuanto más segura se siente una persona, más aumenta su autoestima y, por tanto, también su tranquilidad para gestionar el estrés que supone hablar en público.

Finalmente, las sesiones de role playing en grupo son muy eficaces para que los pacientes puedan experimentar en un entorno de seguridad, simular situaciones diversas que pueden encontrase en casos reales, comentar posteriormente las sensaciones y pensamientos que se presentan y trabajarlos con el especialista.

Si quieres hacernos una consulta sobre este tema, no dudes en ponerte en contacto con nuestro centro

Depresión infantil: tipos, factores familiares de riesgo y síntomas_Centro de lateralidad y psicomotricidad Joëlle Guitart
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Depresión infantil: tipos, factores familiares de riesgo y síntomas

Centro de lateralidad y psicomotricidad Joelle Guitart 21 agosto, 2019 Depresión infantil, El trastorno de lateralidad, Emociones, Hiperactividad y TDAH

En este artículo, la psicóloga de nuestro centro Ganaëlle Anza Guitart nos explica los tipos de depresión infantil, los factores familiares de riesgo, los síntomas a los que hay que estar alerta, así como un caso clínico que ilustra la respuesta inadecuada y contraproducente que se da, algunas veces, en el entorno de estos niños.

Diagnóstico: algunas depresiones infantiles están enmascaradas

Reconocer y diagnosticar la depresión en un niño puede ser complejo debido a que la depresión infantil puede estar presente junto a otros trastornos, como la ansiedad y el trastorno por déficit de atención con hiperactividad. Detrás de un comportamiento hiperactivo o de conductas de rebeldía o agresivas puede haber una depresión enmascarada.

A pesar de la dificultad que supone el diagnóstico, la depresión es la principal causa de enfermedad y discapacidad en niños y adolescentes de ambos sexos entre 10 y 19 años, según la OMS (Organización Mundial de la Salud).

El hecho de que los padres exijan una serie de cualidades a su hijo y manifiesten su decepción cuando este no responde a sus expectativas, constituye un factor de riesgo

Depresión infantil: tipos, factores familiares de riesgo y síntomas_Centro de lateralidad y psicomotricidad Joëlle Guitart

Tipos de depresión infantil

Existen varios tipos de depresión infantil:

-Distimia: un tipo de tristeza leve que se prolonga durante un largo periodo de tiempo.

-Trastorno adaptativo con estado de ánimo depresivo: es una forma menos severa que la anterior y, para ser diagnosticada como tal, debe estar presente durante un periodo inferior a los seis meses.

-Depresión grave/mayor: interfiere significativamente en las actividades de la vida diaria: en la escuela, en la vida social, en las relaciones familiares, etc. El niño presenta un estado de ánimo depresivo o irritable y/o falta de interés o placer en casi todas las actividades por un período mínimo de dos semanas. En algunas ocasiones, puede llevar a intentos autolíticos (las tentativas autolíticas son actos suicidas cuyo resultado no implica la muerte), aunque estos son muy poco comunes en los niños pequeños.

Factores familiares de riesgo

Existen factores familiares de riesgo que pueden contribuir al desarrollo de un estado depresivo en la infancia. A menudo se observa, a través de la anamnesis, que uno de los padres o cuidadores ha vivido una situación de duelo coincidiendo con los primeros años de vida del niño, que la madre ha sufrido una depresión postparto o que alguno de los principales cuidadores ha sufrido algún otro tipo de depresión.

Asimismo, constituye otro factor de riesgo el hecho de que los padres exijan una serie de cualidades a su hijo y manifiesten su decepción cuando este no responde a sus expectativas.

Sintomatología de la depresión infantil

Depresión infantil: tipos, factores familiares de riesgo y síntomas

Los síntomas que deben alertarnos sobre la posibilidad de que un niño esté sufriendo un estado depresivo son los siguientes:

-Tendencia al aislamiento: rechazo o mínimo interés en el juego, aislamiento y pérdida de la relación con los compañeros.

-Cambios en la dinámica habitual: dificultades escolares, fatiga matinal, pérdida de la vivacidad y de la espontaneidad en el intercambio con el otro, falta de concentración, etc.

-Expresiones somáticas: problemas para conciliar el sueño, dolores de cabeza / barriga, enuresis y pérdida del apetito.

-Agitación psicomotriz y comportamientos agresivos y de enfado: este comportamiento puede convertirse en una forma habitual de defenderse de los sentimientos depresivos.

-Búsqueda inconsciente para exponerse a situaciones de riesgo: a menudo son niños que padecen caídas u otros accidentes por falta de cuidado y atención, y que pueden responder a tendencias autopunitivas.

-Apreciaciones subjetivas (rara vez expresadas directamente por el niño): sentimiento de aburrimiento y vacío, tristeza, preocupaciones, poca esperanza, sentimientos de impotencia, imagen negativa de sí mismo y/o culpabilidad.

Los dos criterios esenciales para el diagnóstico de la depresión en el niño son el estado de ánimo disfórico (tristeza, ansiedad, inquietud, etc.) y las ideas de desaprobación de sí mismo

Criterios clínicos esenciales para el diagnóstico de la depresión infantil

Existen 4 criterios clínicos esenciales para el diagnóstico de la depresión en el niño, mencionados por F. Palacio y R. Dufour (1995):

-Problema manifiesto y duradero del estado de humor, ya sea en forma de tristeza o de exaltación del humor (formas hipomaniacas).

-Inhibiciones (en el aspecto psicomotor, mental, afectivo, lúdico, intelectual, escolar, etc.) o, por el contrario, presencia de un cuadro de hiperactividad.

-Manifestaciones persistentes negativas sobre sí mismo o, a la inversa, exaltadas (hipomanía).

-Vivencias de pérdida con sentimientos de soledad, de abandono, de rechazo y de exclusión; ideas con miedos a la enfermedad o a la muerte de los seres queridos o, a la inversa, en la presentación hipomaníaca: vivencia de las relaciones marcada por la idealización.
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Para Weinberg y colaboradores, los dos criterios esenciales para el diagnóstico de la depresión en el niño son el estado de ánimo disfórico (tristeza, ansiedad, inquietud, etc.) y las ideas de desaprobación de sí mismo. Además, debe haber, al menos, otros dos síntomas de los enunciados anteriormente.

Caso clínico

El ambiente niega y el niño hace de chivo expiatorio

Depresión infantil: tipos, factores familiares de riesgo y síntomas

Una madre acude a una primera vista con su hijo de 10 años relatando, como motivo de consulta, una disminución del rendimiento escolar, dificultades en la concentración y cierta tristeza en el niño.

Ante este decaimiento general de su hijo, la respuesta de la madre y de la escuela (tras coordinación entre ambas) es una respuesta de exigirle, presionarle y verlo como un niño vago. Esto hace pensar en cómo la tristeza del niño crea cierta rabia y frustración en su entorno; aspectos que también pueden estar inscritos en el niño, pero que, de momento, están colocados en los demás. Tal como lo expresa Fillat, N. (1998), «A menudo, estas manifestaciones del niño irritan al adulto y aumenta la exigencia de los padres y de los educadores, lo cual no hace más que aumentar el sentimiento de fracaso en el niño y, finalmente, provocar que tire la toalla. A veces, no es fácil hacer entender a los padres que el niño está desanimado, deprimido; que no se siente lo suficientemente válido y capaz, que se siente fracasado y en un camino sin salida».

A través de las entrevistas, aparecen datos relevantes: la separación de los padres cuando el niño tenía 4 años, un cambio de ciudad con la madre poco tiempo después (lo que provoca que vea menos a su progenitor) y, un año más tarde, el cambio de residencia del padre a otro país y la poca presencia desde entonces de la figura paterna, entre otros.

Asimismo, al entrar en Primaria, el niño empieza a ser objeto de burlas por parte de sus compañeros: se burlan de su sobrepeso. Aunque es cierto que el niño tiene una estructura corporal algo más grande que los otros niños de su edad, creo que la causa del acoso es que sus compañeros detectan su fragilidad debido al perfil de cierta formalidad y sometimiento que presenta.

En líneas generales, podemos decir que en la historia biográfica del niño acontecen una serie de rupturas, duelos y vivencias amenazantes que, seguramente, también están presentes en la madre ―en su ansiedad y en su estilo educativo― a través del exigir. Tal como escriben Alberto Campo y Cristina Ribera (1989), «El ambiente niega y el niño hace de chivo expiatorio». La madre tiene cierta tendencia a quitarle importancia a los hechos vividos, como una manera de protegerse a sí misma de contactar con su propio sufrimiento. Y al verlo en el hijo, rápidamente se minimizan las consecuencias o el malestar que ambos puedan compartir.

A través de las entrevistas y de las pruebas diagnósticas, se observa en el paciente un fondo de personalidad con ansiedades depresivas y fóbicas, y unas defensas evitativas y de retraimiento. La imagen de ser un buen niño ejerce un gran peso sobre él (no mostrar su sufrimiento, cumplir con las normas y objetivos que no logra alcanzar, etc.) y, a la vez, alimenta sus sentimientos de culpabilidad (como el reproche y autorreproche por no cuidar suficiente a sus figuras parentales) y de desvalorización, así como su temor a que le dejen de querer.

El niño no puede mentalizar la rabia que reprime. Sin duda, teme exponerse, aunque también desea ser ayudado. Sin embargo, todo ello está entremezclado con una necesidad de complacer y de evitar cualquier confrontación, lo que hace que necesite decir que las cosas van mejor, evitando así remover ciertos temas o miedos.

Siguiendo el enfoque de Alberto Campo y Cristina Ribera (1989), el primer objetivo del terapeuta será calmar la ansiedad que presentan tanto la madre como el hijo y lograr que se sientan apoyados y comprendidos. Una vez que el niño pueda ir entendiendo por qué se ve como un niño malo, por qué se siente triste y por qué está acudiendo a terapia, también irá comprendiendo que no es tan malo, lo que, a su vez, disminuirá su ansiedad.

Bibliografía:

– La OMS pide que se preste mayor atención a la salud de los adolescentes. (2014). Recuperado de: http://www.who.int/mediacentre/news/releases/2014/focus-adolescent-health/es/

– Depresión en los niños. (1998). Recuperado de: http://www.infocop.es/pdf/Depresionni%C3%B1os2017.pdf

– Campo, A.J. y Ribera, C. (1989). Hiperactividad, depresión, ambiente depresivo”. En El juego, los niños y el diagnóstico. pp. 87-97. Barcelona: Ediciones Paidós.

– Fillat, N. (1998). Sobre la depressió en el nen. XIII Jornades de la Revista Catalana de Psicoanàlisi.

Entrevista a la psicóloga Ganaëlle Anza: «La organización corporal determina el desarrollo de las funciones superiores»
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«La organización corporal determina el desarrollo de las funciones superiores»

Susana Lladó - Lladó Comunicación 15 abril, 2019 Aprendizaje, Concentración, Desarrollo cerebral, Desarrollo motor, Desorientación espacial, El trastorno de lateralidad, Emociones, Organización corporal, Terapia de lateralidad 0

En esta entrevista, la psicóloga de nuestro centro Ganaëlle Anza Guitart nos explica por qué la organización corporal determina el desarrollo de las funciones superiores, como el razonamiento, la memoria, la concentración o la comprensión, y por qué es fundamental que en la terapia de lateralidad se trabajen paralelamente tres aspectos: el corporal, el mental y el emocional.

 

¿Las implicaciones de una lateralidad mal establecida van más allá de confundir derecha e izquierda?

Sí, desde luego, aunque es necesario aclarar algo importante para no sacar conclusiones equivocadas: por una parte, algunas personas creen que tener la lateralidad mal establecida significa tan solo confundir la derecha con la izquierda, sin más implicaciones, lo cual es erróneo; por otra parte, el hecho de confundir a veces la derecha con la izquierda no significa necesariamente que la persona tenga su lateralidad mal establecida.

 

Entonces, ¿cuándo hablamos de trastorno de lateralidad o lateralidad cruzada?

La lateralidad no es únicamente una cuestión de mano: entraña todo el eje corporal; es decir, el eje ojo – mano – pie, además del oído. Por esto es tan importante hacer una valoración general de cada persona revisando estos puntos de lateralidad y su funcionamiento en la vida cotidiana.

 

¿Por qué es tan importante este eje?

Porque determina nuestra organización corporal: si hay grupos neurofisiológicos dominantes hacia un lado y otros grupos neurofisiológicos dominantes hacia el lado opuesto, esto puede provocar dificultades en la coordinación psicomotriz, con las repercusiones que ello conlleva.

 

¿Puedes poner un ejemplo?

Si en el proceso de aprendizaje de la escritura, el ojo dominante es el derecho y la mano dominante es la izquierda, puede haber problemas en la adquisición de este aprendizaje.

 

Es decir, que la organización corporal influye en la coordinación psicomotora, en el movimiento, y también en aprendizajes como el de la escritura

Sí. Y no solo en eso, también en el desarrollo de funciones superiores complejas como el razonamiento, la comprensión o la memoria. Jean Piaget ya estudió hace varias décadas las etapas del desarrollo cognitivo por las que pasa el niño, empezando por la etapa sensoriomotriz; es decir, aquella que empieza por la acción del cuerpo y la motricidad.

 

«Tiene que haber una disponibilidad del cuerpo para que el cerebro sea capaz de aprender e integrar los conocimientos»

 

O sea, nuestro esquema corporal tiene que estar bien organizado, bien lateralizado

Sí, es la base para un buen desarrollo. Pensemos en los bebés: a través del movimiento, del desplazamiento, del gateo y, después, al empezar a caminar, van adquiriendo su posición respecto al mundo, la noción del espacio, de distancia entre los objetos y ellos, etc. Esto es lo que les permite después adquirir la noción de organización espacial; una noción que necesitamos en nuestra vida cotidiana para un montón de cosas: para orientarnos en la calle, para conducir, para presentar un texto escrito bien ordenado, para no tropezar, etc.

 

Interesante, ponnos otro ejemplo de cómo el aprendizaje pasa por el cuerpo o por la acción de este

Cuando el bebé llena y quita cubos de una caja, y más adelante el niño que aprende a contar primero con los dedos. A través del cuerpo y de su acción vamos adquiriendo la noción de suma y resta. Esta base permitirá acceder a niveles más abstractos como cuando realizamos operaciones aritméticas mentalmente.

 

El cuerpo y el cerebro no van cada uno por su lado

No, en absoluto. Hay una interacción entre la persona y el mundo externo: a través de la acción de la persona y de su deseo de explorar, esta va adquiriendo un conocimiento y este conocimiento le ayuda a estructurarse, corporal y mentalmente.

 

Sigamos hablando de las repercusiones que tiene una lateralidad mal establecida

Otra de ellas es que, si un grupo neurofisiológico no funciona debidamente, la persona tiene que realizar un sobreesfuerzo para realizar las tareas en las que este grupo está implicado. Este es el motivo por el que las personas con el trastorno de lateralidad acaban agotadas al final del día.

 

Sigamos

Después están las repercusiones emocionales. Los niños ―y también los adultos― se comparan con sus iguales y sienten que son diferentes, que algo falla en ellos. Con el tiempo, van perdiendo su autoestima, se inhiben y muchos dejan de socializar. Recuerdo el caso de un chico joven que, al inicio de la terapia, me explicaba que no se atrevía a contestar al teléfono en su propia casa.

 
«La organización corporal determina el desarrollo de las funciones superiores»
 

¿Hasta este punto puede afectar emocionalmente?

Sí, incluso le costaba ir al supermercado a comprar. Tenía mucha desconfianza hacia los demás, mucho miedo a equivocarse y a ser juzgado. Había una gran inhibición, provocada por el miedo a lo que pudieran pensar de él.

 

El trastorno le estaba condicionando por completo la vida

Sí, y también profesionalmente: no se atrevía a enfrentarse a una entrevista de trabajo. Había una parálisis tan grande que ni lo intentaba: dejó de enviar currículos. Todos los rechazos de los que había sido objeto desde pequeño llegaron a paralizarlo.

 

En estos casos, ¿cómo trabajáis en terapia?

Hay que trabajar paralelamente en tres aspectos, con todos los pacientes. Y es fundamental que sea así; de otro modo, la persona no podrá aprovechar todas sus capacidades, su potencial.

 

¿Cuál es el primer aspecto

Los ejercicios orientados a estimular todos los ítems que engloba la lateralidad y la psicomotricidad: concentración, comprensión, memoria, orientación temporal y espacial, equilibrio, etc.

 

¿Y el segundo?

El cuerpo. Las personas con problemas de lateralidad suelen tener el cuerpo muy tensionado, por esto trabajamos con técnicas de relajación y respiración. Tiene que haber una disponibilidad del cuerpo para que el cerebro sea capaz de aprender e integrar los conocimientos.

 

«Si solo estimulamos los grupos neurofisiológicos pasando por alto que el cuerpo está tenso o contracturado y sin abordar lo emocional, esa estimulación no dará los resultados esperados»

 

¿El tercero?

Toda la parte emocional. Los pacientes llegan a terapia con muchas experiencias y vivencias pasadas que configuran la idea que tienen de sí mismos. También es muy importante observar cómo los pacientes realizan los ejercicios, porque aquí es cuando los terapeutas vemos lo duros que pueden llegar a ser consigo mismos.

 

¿Qué se consigue al trabajar en paralelo estos tres ejes?

Si solo estimulamos los grupos neurofisiológicos pasando por alto que el cuerpo está tenso o contracturado y sin abordar lo emocional, esa estimulación no dará los resultados esperados. Trabajar la respiración y la relajación permitirá que el trabajo de los ejercicios psicomotores sea más efectivo.

 

¿Puedes poner un ejemplo de cómo repercute la relajación en los ejercicios psicomotores?

A veces, los niños me preguntan por qué hacemos relajación. Cuando les enseño cómo es su letra antes y después de hacerla, y ven la diferencia entre una grafía y otra (en algunos casos, la escritura es muy diferente), se dan cuenta de hasta qué punto les influye.

 

En realidad, nos pasa a todos

Claro, si estamos nerviosos o enfadados, la escritura es más disgráfica.

 
«La organización corporal determina el desarrollo de las funciones superiores»
 

¿En qué otros aspectos les ayuda aprender a relajarse?

Las personas con problemas de lateralidad se bloquean a menudo a causa de la ansiedad: cuando van a hacer un examen, cuando se desorientan en la ciudad, en las reuniones de trabajo…Aprender a relajarse les ayuda mucho en estas situaciones. Las técnicas de relajación ―sumadas a la confianza que van adquiriendo en sí mismos al comprobar que mejora el rendimiento de sus funciones superiores, más la tranquilidad que les proporciona aprender a gestionar sus emociones― consiguen que cada vez se bloqueen menos. Además, los ejercicios de respiración y relajación les ayudan a ser más conscientes de su cuerpo cuando hacen los ejercicios de psicomotricidad y a estar presentes durante los mismos.

 

Los bloqueos son neurofisiológicos, corporales y emocionales

Sí, aunque en cada persona pueden presentarse más unos que otros. Por esta razón la terapia es muy personalizada. Además, como terapeutas, tenemos que ser capaces de detectar cuál es la puerta de entrada para acceder al paciente: a veces, ves que ni a través de la parte afectiva ni a través de la mental hay una entrada, pero la hay a través del cuerpo: empiezan a hablar gracias a las sensaciones corporales. Quizás notan un dolor en un punto y eso les recuerda algo que les ha ocurrido y entonces empiezan a verbalizarlo. A partir de ahí se abre la puerta para empezar a trabajar los otros bloqueos.

 

Va todo muy relacionado

Así es, por eso comentaba antes lo de los tres ejes. El cuerpo tiene memoria, no solo el cerebro. De la misma forma que al repetir un ejercicio de psicomotricidad una y otra vez vamos entrenando una función superior determinada, a base de enseñarle al cuerpo a relajarse adquirimos esta habilidad. Tiene que haber un aprendizaje significativo, es decir interiorizado, y una vez que se ha conseguido, la relajación y la respiración son herramientas que aprenden a utilizar cuando se les presenta una situación que les provoca ansiedad. Muchos pacientes piden terminar las sesiones con ejercicios de relajación.

 

Entrevista a la madre de un paciente con 3 cruces de lateralidad
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Entrevista a la madre de un paciente con 3 cruces de lateralidad

Susana Lladó - Lladó Comunicación 26 febrero, 2019 Ansiedad, Comprensión lectora, El trastorno de lateralidad, Emociones, Lateralidad, Lateralidad y lectura, Terapia de lateralidad, Tratamiento de lateralidad 0

Entrevistamos a la madre de un paciente diagnosticado con tres cruces de lateralidad que finalizó la terapia hace unos meses. Cuando su hijo ―al que llamaremos Pedro para preservar su anonimato― llegó al centro, era diestro de brazo y mano en un 65 %, y zurdo en un 35 %. 

Antes de transcribir la conversación, queremos incluir el testimonio del padre de Pedro, quien se sumó a la entrevista al finalizarla: «Le agradezco a mi hijo que se abriera desde el primer momento al tratamiento y que se mostrara desde un inicio tan convencido de su decisión, de lo que iba a hacer. Con tan solo 11 años entendió cuál era su problema, que tenía solución y que la terapia le permitiría ir hacia donde quería llegar. Ahí mostró una gran madurez. Se lo he dicho».

 

¿Cuándo empezasteis a detectar que Pedro tenía dificultades?

Hace seis años, cuando Pedro estaba en cuarto de Primaria.

 

¿Qué tipo de dificultades tenía?

Empezó a tener bloqueos.

 

¿Qué tipo de bloqueos?

No sabía cómo enfrentarse a las situaciones que para él eran conflictivas. Se levantaba casi todas las mañanas de mal humor, se mostraba enfadado y agobiado continuamente, se negaba a desayunar, a ir a la escuela, etc. Y cuando intentábamos hablar con él, era imposible razonar: se encerraba completamente en sí mismo y no lo sacabas de ahí. Al mismo tiempo, se quedaba callado y no había manera de acceder a él. Si decía algo, su manera de expresarse era agresiva. No era un niño feliz, nunca estaba contento. Pero en aquel momento pensamos que era una cuestión emocional.

 

¿También tenía bloqueos de tipo cognitivo?

Le costaba mucho concentrarse, estudiar y conseguir hacer los deberes, por ejemplo. Teníamos que estar siempre encima y ayudarle. Las broncas eran continuas. Era duro, para él y para nosotros. Y también recuerdo que la presentación de las libretas donde hacía los deberes era muy desastrosa. Pero, en cambio, se esforzaba mucho estudiando: no es que pasara de la escuela. Y esto le hacía sufrir mucho.

 

¿Qué es lo que os llamaba la atención de la presentación de las libretas?

Lo mezclaba todo, hacía muy mala letra, había muchísimos borrones y estaba todo desordenado. Pero yo no le daba mucha importancia a esto último, pensaba que él era desordenado.

 

¿Notabais alguna dificultad más?

En matemáticas iba bien, lo que más le costaba era la lectura y la escritura. Sobre todo, redactaba muy mal: lo mezclaba todo. No obstante, él intentaba compensar estas dificultades esforzándose mucho y esto hacía que los resultados académicos no fueran malos.

 

¿Notasteis dificultades de orientación espaciotemporal?

La verdad es que nosotros, como padres, no. Pero sé que las tenía y que las han trabajado en terapia.

 

¿Recuerdas algún síntoma más destacable?

Se le olvidaban las cosas con frecuencia. Por ejemplo, nunca sabía qué deberes tenía que hacer. Era como que no se enteraba de las cosas.

 

¿Cómo era su relación con los compañeros de clase?

No era buena. Nosotros lo atribuíamos a que lo habían cambiado de clase y a que había tenido algún percance con la profesora debido a su desorden, pero después he sabido a través de Joëlle Guitart que sufrió algún episodio puntual de bullying. El caso es que él pidió cambiar de colegio. Nos dijo que quería un cambio de aires.

 

¿En los informes de la escuela nunca se mencionó un posible problema de lateralidad?

La verdad es que no. Como Pedro no suspendía las asignaturas, supongo que nadie pensó que pudiera haber un problema de lateralidad. Los informes se limitaban a decir que era despistado, desordenado, infantil, que tenía que madurar…

 

¿Cuándo decidisteis llevarlo al centro para llevar a cabo un diagnóstico?

Leí un artículo de Joëlle Guitart en La Vanguardia y me di cuenta de que lo que explicaba ella era lo que le pasaba a mi hijo. Fue entonces cuando pensé que las dificultades de Pedro quizá no se debían a que todavía tenía que madurar, sino a un problema de lateralidad.

 

¿Cómo reaccionasteis al diagnóstico?

Joëlle Guitart nos explicó que el test mostraba, sin lugar a dudas, una lateralidad cruzada y que le podían ayudar. Fue un alivio: por fin sabíamos la causa y que tenía solución.

 

¿Cómo habéis vivido el proceso de curación de Pedro?

Bueno, para nosotros, acompañarle cada semana a terapia (lo hacía mi marido) supuso un esfuerzo porque vivimos a una hora y media de Barcelona y el tratamiento ha durado dos años. Además, las sesiones eran los viernes y a finales de semana nos cogía a todos ya agotados. Pero Pedro iba muy contento a las sesiones, nunca quiso saltarse ninguna y nosotros empezamos a ver cambios enseguida, casi de inmediato.

 

¿En qué notasteis los cambios, cómo fueron?

No hubo altos y bajos, fue gradualmente yendo a mejor. Al principio, como te decía, fue muy rápido, enseguida vimos un cambio: dejó de tener los bloqueos, empezó a poder hablar cuando había algún conflicto y a dejarse aconsejar, y eso que estaba en una edad difícil, entrando en la adolescencia. Y también quiero destacar que, por fin, empezó a mostrarse alegre y a reír ¡nunca le habíamos visto contento! Y eso para unos padres, es tremendo: es lo que más te hace sufrir. 

 

¿Cómo veis ahora a Pedro?

Ahora, le va muy bien en la escuela, y con los amigos. Hace tiempo que ya estudia solo, se organiza mucho mejor, presenta bien los deberes y los trabajos, ya no se bloquea y, sobre todo, le vemos bien, feliz. Quiere ser periodista deportivo, vamos a ver: en cualquier caso, ahora ya tiene las herramientas para poder conseguir sus objetivos.

 

Y él, ¿ha compartido con vosotros algo sobre lo que ha sido la terapia?

¡Bueno, tiene a su terapeuta, Luis, en un pedestal! Desde un principio encajó muy bien con Joëlle, con él y con los otros niños de su grupo de terapia. Estamos convencidos de que todos estos factores le ayudaron a abrirse y a tener una actitud receptiva para hacer con éxito el tratamiento.

 

Pedro ya ha terminado la terapia y solo le queda un último test de control

Sí, volveremos en verano para este último test y ya estará. La terapia ha conseguido lateralizarle en un 90 % a la derecha. Entretanto, solo tiene que hacer unos ejercicios en casa dos veces a la semana para aumentar un 5 % más esta lateralización.

 

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Sí, a veces hablo con otros padres que me explican que sus hijos tienen dificultades muy similares a las que tenía Pedro y veo que las atribuyen a otras causas, pero no a un posible problema de lateralidad. Llevan a su hijo al psicólogo o a otro tipo de especialistas y me dicen que no ven grandes progresos. Yo les comento nuestra experiencia, pero me doy cuenta de que hay un gran desconocimiento sobre este tema y de que es difícil explicarlo si no eres un profesional de este campo. En nuestro caso, yo tuve la suerte de que leí el artículo y enseguida identifiqué los síntomas. Espero que nuestro testimonio sirva para que otras personas también puedan reconocer lo que les pasa a sus hijos. 

 

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